Homilía para el 4º domingo de Cuaresma 2022

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Jesús nos revela que Dios es misericordioso, que espera a quien se ha alejado de Él, sale a su encuentro, lo abraza, lo besa, lo perdona, le hace una fiesta, lo restaura en su condición de hijo, lo defiende.

Escuchar a Dios desde el fondo

Textos: Jos 5, 9. 10-12; 2 Cor 5, 17-21; Lc 15, 1-3. 11-32

A través de estos textos bíblicos, Dios nos llama a la conversión y a la reconciliación. Si nos habla tenemos que escucharlo. Él es el papá-mamá de la parábola del evangelio que ama a sus hijos, independientemente del modo de ser y de su estilo de vida. Así son las mamás: aman a todos sus hijos e hijas, se preocupan por ellos, se alegran y sufren por lo que les pasa, los encomiendan a Dios, ven por todos y los atienden según la situación de cada uno.

Jesús describe a su Padre de un modo que contrasta con el modo ordinario de actuar de los papás en situaciones como la vivida por el papá de la parábola. Jesús nos revela que Dios es misericordioso, que espera a quien se ha alejado de Él, sale a su encuentro, lo abraza, lo besa, lo perdona, le hace una fiesta, lo restaura en su condición de hijo, lo defiende.

La sociedad de hoy no perdona. “Me la haces, me la pagas”, “calle quieres, calle tienes”, “vete, no te quiero ver más”, “¿por qué le perdonaste, si te hizo esto o aquello?”, son expresiones comunes entre nosotros. Dios simplemente expresa su amor perdonando. Esto lo tenemos que reconocer, agradecer e imitar. Para esto nos envió a su Hijo. Nos reconcilió con Él por medio de Cristo, como dice Pablo, y renunció a tomar en cuenta los pecados de los humanos. A ese grado llega el amor de Dios por la humanidad que, de muchas maneras, decide alejarse de Él. Para reconciliarnos, hizo “pecado” a su Hijo, que nunca cometió pecado. Lo rebajó hasta nuestra misma condición frágil, débil, tentada, sometida al mal, mortal. En él, al morir en la cruz, asumió nuestras fragilidades y pecados, y los cargó sobre sí.

Dios perdona, por más grandes que sean nuestros pecados personales, comunitarios, sociales y ecológicos. Pero, para experimentar ese amor sin límites, es necesario de parte nuestra, como hizo el hijo menor, escuchar a Dios, reconocer que estando con Él, con la comunidad y la Casa común, nada nos falta, y tomar la decisión de volver a casa. Cuando llevamos una vida personal, comunitaria, social y ecológica desordenada, es el equivalente a haber malgastado todo lo que Dios puso en nuestras manos y nos encomendó cuidar. La violencia, las guerras, el maltrato a la Casa común, el empobrecimiento de la mayoría, el Covid-19, son algunos de los signos que expresan nuestra vida disoluta.

Al tocar fondo, el hijo tomó la decisión de regresar con su padre, reconociendo que, por su decisión y su estilo de vida, había perdido los derechos de hijo. Para su papá, no; para él seguía siendo su hijo, con la misma dignidad y derechos que tenía antes de que repartiera sus bienes entre los dos. En muchas situaciones estamos tocando fondo: el agua del subsuelo se está acabando, la cantidad de desaparecidos y muertos sigue aumentando, los bosques se siguen disminuyendo, las guerras no paran…  Es la oportunidad que Dios nos da para reconocer que tenemos que hacer otro estilo de vida, en la hermandad, el respeto, la solidaridad, el cuidado de la Casa común, el perdón. Para Dios seguimos siendo sus hijos e hijas, pero para perdonarnos espera que nos levantemos y bien decididos volvamos a Él.

Hay que escucharlo en los signos que tenemos. Reflexionemos en la armonía original que hemos perdido; decidámonos a reconciliarnos con Él, con los demás y la Casa común.

27 de marzo de 2022

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