Homilía para el 3er domingo de Pascua 2023

0

Jesús camina al lado de los desanimados, desesperanzados, frustrados, los que ya perdieron el sentido de su vida.

No corrompernos

Textos: Hch 2, 14. 22-23; 1 Pe 1, 17-21; Lc 24, 13-35

Jesús camina al lado de los desanimados, desesperanzados, frustrados, los que ya perdieron el sentido de su vida. Es aquel Jesús de Nazaret del que Pedro dio testimonio el día de Pentecostés: el que fue entregado y clavado en la cruz, al que Dios resucitó. Es aquel que caminó con sus discípulos de Emaús la tarde del día en que resucitó.

Jesús camina con sus discípulos escuchando su situación, su fracaso, que los tenía en crisis. Habían puesto toda su confianza en que Él los liberaría y había acabado en la tumba. Ellos iban con el corazón y los sentidos bloqueados; había algo que les impedía reconocer a su compañero de camino. Y es que sí es difícil en la vida reconocerlo cuando se une al caminar para acompañar, escuchar y reanimar a quienes, personalmente o como comunidad, se encuentran en una situación semejante a la de ellos. Se ocupa abrir el corazón y confiar.

De este Jesús, Pedro también dice que no se corrompió; y Él tampoco quiere que sus discípulos nos corrompamos. Aunque sí murió, y ahí comienza el proceso de corrupción como sucede con los restos de cualquier viviente, su cuerpo no sufrió la corrupción. Pero tampoco se había corrompido en su corazón. Corrupto significa tener el corazón roto. Por eso, quien hace daño, abusa del poder en contra de los débiles, compra personas o se deja comprar para su propio beneficio, es una persona corrupta. Jesús no fue así. Él nos ha rescatado del pecado y de la muerte no con dinero o bienes pasajeros, sino con su propia sangre. Por eso Dios no lo abandonó a la muerte ni permitió que sufriera la corrupción del sepulcro, como dice Pedro.

Nosotros, sus discípulos, estamos llamados a dar testimonio de ese Jesús viviendo como resucitados, es decir, sin participar de la corrupción. Más bien tenemos que tener nuestro corazón limpio, entero –no roto–, abierto a las necesidades de los demás, dispuesto a escuchar, ayudar y devolver la esperanza. Algo parecido a lo que hizo Jesús toda su vida y de manera especial con los discípulos de Emaús: los acompañó, los escuchó, les explicó la Palabra de Dios, les hizo arder el corazón, compartió la mesa con ellos y se dejó reconocer, les devolvió la alegría, se quedó en su corazón, los movió a volver con la comunidad como misioneros. Esto mismo tendríamos que hacer nosotros, después de cada encuentro dominical con el Resucitado como este que estamos viviendo hoy.

En nuestra oración, y como parte de la preparación para recibirlo sacramentalmente, le podemos decir a Jesús como los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros”; pero con la conciencia de que comulgamos para vivir en comunión con Él, para hacer lo mismo que Él. O sea, tenemos que caminar junto con los despreciados y desanimados, escucharlos, ofrecerles la Palabra que ilumina la vida, provocar que su corazón se encienda, compartir la vida, animarlos a convertirse en misioneros. Esto supone de nosotros no tener el corazón roto sino entero para el Señor y para los demás, no dejarnos llevar por la corrupción y luchar contra ella. Por eso le podemos decir junto con el salmista: “tengo siempre presente al Señor y con Él a mi lado, jamás tropezaré. Por eso se me alegran el corazón y el alma y mi cuerpo vivirá tranquilo, porque tú no me abandonarás a la muerte ni dejarás que sufra yo la corrupción”.

Dispongámonos, pues, a comulgar sacramentalmente para vivir la comunión con el Señor y con los demás en la misión. Que este encuentro dominical nos impulse a vivir como resucitados, sin corrupción y siendo misioneros como Jesús y como sus discípulos de Emaús.

23 de abril de 2023

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *