Homilía para el 31er domingo ordinario 2021

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Lo último que le dijo Jesús al maestro de la Ley nos ayuda a ubicarnos de frente a los textos bíblicos recién proclamados. Le reconoció que no estaba lejos del Reino de Dios.

Amar para entrar en el Reino

Textos: Dt 6, 2-6; Hb 7, 23-28; Mc 12, 28-34

Lo último que le dijo Jesús al maestro de la Ley nos ayuda a ubicarnos de frente a los textos bíblicos recién proclamados. Le reconoció que no estaba lejos del Reino de Dios. Quiere decir que todavía no estaba dentro del Reino, que algo le faltaba. Esto nos ayuda a prepararnos para recibir sacramentalmente a Jesús en la Comunión este domingo.

El diálogo comenzó con la pregunta sobre el primero de los mandamientos. Él se los sabía muy bien, pues era especialista en la Ley, por lo que no tenía por qué haberle hecho esa pregunta. Pero lo que Jesús hizo fue recordarle el mandamiento primero, aquel que tenían los israelitas desde antes de entrar en la tierra prometida. Moisés les pidió de parte de Dios que pusieran en práctica sus mandamientos para que fueran felices. Los mandamientos no son sólo para saberlos y repetirlos de memoria, sino para vivirlos.

El primer y fundamental mandamiento para los israelitas era escuchar a Dios. “Escucha, Israel”, resonó dos veces en la primera lectura. Escuchar es mucho más que oír: es poner atención, recibir un consejo o una corrección. Bíblicamente significa abrir el corazón a Dios, recibir lo que venga de Él, para obedecerlo, para realizar con fidelidad lo que Él pide. Cuando la mamá está hablando al hijo y éste no le hace caso, le habla fuerte pidiéndole que lo escuche, es decir, que la atienda, que le ponga atención, que capte bien lo que le va a decir; lo mismo sucede cuando hay una discusión y no se llega a un acuerdo: un de repente alguien sube la voz y dice: “Escúchenme”. Entonces para los miembros del pueblo de Dios se trata de abrir totalmente el corazón al Señor para dejar que entre y allí se quede.

En la sinodalidad de la Iglesia es fundamental la escucha, tanto a los demás como al Espíritu Santo, para discernir lo que haya que hacer para realizar con fidelidad la misión, para responder desde el Evangelio a las situaciones, necesidades y desafíos que la realidad está planteando a la Iglesia. Hoy se nos recuerda que tenemos que tener nuestros oídos y nuestro corazón abiertos a la voz de Señor, con la disposición de realizar lo que nos pida.

Lo primero que debía hacer todo israelita al escuchar a Dios era amarlo, porque era el único Señor, el que los liberó de la esclavitud en Egipto y los hizo entrar en la tierra prometida. El amor debía ser con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas; y Jesús añadió que con toda la mente. Es decir, la persona es para amar totalmente a Dios. A este mandamiento primero, Jesús añadió otro que también tenían los israelitas desde hacía muchos años: amar al prójimo como a sí mismo, o sea, quererlo, cuidarlo, defenderlo, como se quiere, se cuida, se defiende uno a sí mismo. Jesús unió estos dos en uno solo: amar.

Cuando se ama a Dios y al prójimo, allí está reinando Dios. Entonces para entrar en el Reino es necesario amar a Dios y a los hermanos al mismo tiempo. Recordemos lo que escribió san Juan en su primera carta: que si alguien dice que ama a Dios y no ama a su hermano es un mentiroso. Al maestro de la Ley solamente le faltaba vivir lo que ya sabía y decía de memoria: amar; por eso, Jesús le dijo que no estaba lejos del Reino de Dios. A nosotros nos falta lo mismo para estar en el Reino: amar a Dios y al hermano.

31 de octubre de 2021

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