Homilía para el 17º domingo ordinario 2022

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Ante una petición de sus discípulos, Jesús nos enseñó qué y cómo hay que orar al Padre.

Orar y trabajar insistentemente por el Reino

Textos: Gn 18, 20-32; Col 2, 12-14; Lc 11, 1-13

Ante una petición de sus discípulos, Jesús nos enseñó qué y cómo hay que orar al Padre. La oración a Dios es una necesidad humana y una manera de mantenerse unidos a Él, independientemente de la religión que se tenga. Jesús, de hecho, oraba, como parte su condición de judío. Los judíos eran, y siguen siendo, sumamente religiosos y una dimensión central de su religiosidad es la oración. Pero como que el modo de orar de Jesús era especial.

Sus discípulos lo veían haciendo oración y algo notaban en Él hasta que le pidieron que los enseñara a orar. Lo que hizo Jesús fue compartirles lo que Él le decía continuamente a su Padre. Es la oración que llamamos el Padrenuestro. No se trata de repetir de memoria una oración, sino de vivir la confianza en Dios y el compromiso de vivir como hijos suyos.

Lo primero es bendecir a Dios en nuestra condición de hijos e hijas. Así se ubicó Jesús todo el tiempo en relación a su Padre. Llamarlo Padre y bendecirlo, conlleva la vida de hermanos. No es sólo decirle que es nuestro Papá, sino también que, como sus hijos e hijas, nos comprometemos a vivir como hermanos y hermanas. Es el desafío de la hermandad, de la fraternidad-sororidad –frater es la raíz de hermano y sor es la raíz de hermana–; es el desafío de la hermandad no únicamente entre personas sino también con el resto de la Creación, lo cual implica cuidarla, protegerla, mantener la armonía con todas las creaturas.

En esta condición de hermanos y hermanas tenemos que asumir, como Jesús y juntamente con Él, la causa del Reino. Para eso comulgamos sacramentalmente en esta celebración dominical. Ser hijos e hijas de Dios nos compromete a trabajar en el anuncio y construcción de su Reino en medio del mundo, sea de manera personal o comunitaria. Por eso tenemos como Diócesis nuestro proyecto de ser Iglesia servidora del Reino. El Reino de Dios es un modo de vivir que tiene como características la justicia, la hermandad, la solidaridad, el perdón, la armonía, la paz. Donde y cuando se vive así, ahí está Dios reinando. Por eso, Jesús nos enseñó a pedir a Dios que venga su Reino, pero con el compromiso de luchar porque sea una realidad. “A Dios rogando y con el mazo dando”, como dice el dicho.

El trabajo por el Reino implica luchar porque a nadie le falte el pan de cada día. También compromete a luchar por la justicia, para que todas las personas y familias tengan lo necesario para vivir con dignidad; no es signo de progreso o de desarrollo que unas pocas familias vivan en la superabundancia –y menos a costa de los pobres–, mientras que la mayoría vive en la pobreza, la escasez, la miseria; es luchar por la justicia y porque nadie pase hambre, que nadie desperdicie, sino que comparta el propio pan con el hambriento.

La vida del Reino de Dios aparece clara cuando se vive el perdón. No debería haber resentimientos, odio, venganza, desquite…, sino la experiencia del perdón. Solamente así tenemos derecho a pedirle a Dios que nos perdone. La última petición es que no nos permita caer en la tentación de romper la hermandad, de vivir en la injusticia, de acaparar el pan y los bienes materiales, de cerrarnos al perdón entre personas ofendidas y ofensoras. Esta oración debe ser insistente y respaldada con los hechos, como lo hacía Jesús.

24 de julio de 2022

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