Una luz en la oscuridad de las esquinas

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Hace más de doce años, un grupo de jóvenes de Ciudad Guzmán deciden encender una luz en la vida de muchachos atrapados en la oscuridad de las drogas. Una o dos veces por semana se encuentran con ellos en las esquinas de las calles donde se reúnen. La historia de esta experiencia es reconstruida en una entrevista con Lourdes Galindo Salcedo, mejor conocida como “Lulú” quien es una de las iniciadoras y más comprometidas con este proyecto.

Con la amabilidad que le caracteriza, Lulú me saludó, abrió la puerta y me invitó a pasar a su casa. En la mesa del comedor, sin mayores preámbulos y urgidos por el tiempo, comenzamos a recordar la historia de esta experiencia con mis preguntas y sus respuestas.

Ante mi pregunta de cómo y cuándo inició su trabajo con los jóvenes, Lulú guardó silencio. Y una vez que reacomodó sus ideas, expresó: “La idea nació a partir de mi experiencia en la pastoral juvenil. Desde joven me integré al grupo juvenil de la calle Leona Vicario, donde cada semana nos juntábamos entre ocho a doce jóvenes a convivir y reflexionar temas de nuestro interés. Con el tiempo acabé siendo la coordinadora. Luego me invitaron a participar en el equipo vicarial y, más tarde, al equipo diocesano de pastoral juvenil. Allá por el año de 1998, con el ánimo de encontrarnos con los jóvenes en su realidad existencial para responder a sus necesidades concretas, surgió un proyecto para trabajar de manera distinta con los jóvenes que estudiaban, con los que trabajaban, con los que integraban los grupos juveniles en las parroquias y con los chavos que vivían situaciones críticas. Era un proyecto interesante y con proyección; lástima que no se continuó”.

Con la intención de concentrarnos en su experiencia, tuve que interrumpir su comentario que había iniciado sobre las causas de haber abandonado este proyecto y le pedí que mejor me platicara las razones de fondo que originaron su decisión de encontrarse con los chavos adictos a la droga en las esquinas. Lulú, con una sonrisa, me expresó su aceptación y comentó: “Lo he pensado en muchas ocasiones; y siempre caigo en la cuenta de que es una respuesta al llamado que Dios me hace de encontrarme con Él y descubrir su presencia en la realidad que viven estos muchachos. Mi vida ha cambiado; he aprendido a ser más sensible y más sencilla. Ellos me animan a continuar en esta misión de ser oídos y corazón de Dios, en medio de la tristeza y sufrimiento de estos chavos”. Su respuesta me llevó a reconocer la calidad humana y cristiana de esta mujer, que a sus 42 años de edad, huérfana de padre y madre, que desde hace 20 años es secretaria del Centro del Bachillerato Tecnológico (CBTis), en Ciudad Guzmán, vive su fe consciente de su misión de ser luz y fermento en medio de sus hermanos.

Y ante la pregunta directa sobre su experiencia de encontrarse con estos jóvenes, Lulú comenzó a hilvanar los hilos de esta historia: “En 1999, el P. Alfonso Moreno, entonces coordinador de la pastoral juvenil, nos animó a trabajar con los jóvenes que vivían en situaciones críticas. Su asesoría ha sido muy importante hasta la fecha. Esta experiencia la comenzamos diez compañeros, hoy sólo quedamos mi sobrina Karina Díaz y Karina Cibrián; de vez en cuando, nos acompañan Gerardo y Felipe Sepúlveda. Vamos una o dos veces por semana a encontrarnos con ellos en las esquinas donde ellos reúnen. La experiencia es pequeña y fuerte, pero bonita. El primer paso es ganar su amistad y confianza; no verlos como delincuentes, sino como seres humanos. Que si bien están enredados en la droga y son despreciados por su familia y por la sociedad, tienen un corazón sensible y la capacidad de salir de su situación crítica. El segundo paso, es acercarnos a su familia; su apoyo es parte fundamental en el difícil proceso de reintegración a su familia y a la sociedad como personas positivas. El tercer paso es invitarlos a integrar un grupo. Los cuatro, los cinco, los ocho muchachos que aceptan, los estimulamos a darle un nuevo giro a su vida. A través de paseos, convivencias, proyección de películas, retiros espirituales, momentos de oración… los animamos a convivir sanamente y a encontrarse con ellos mismos, con la naturaleza, con su familia y con Dios”, afirmó.

Al preguntarle sobre los principales obstáculos y dificultades en esta experiencia, Lulú dijo: “Hay muchos, pero creo que un obstáculo grande es su propia familia. Lo consideran a su hijo drogadicto como un mal y un estorbo, no como un enfermo que necesita ayuda y comprensión. Y la medicina no es la agresión ni la indiferencia, sino el apoyo. La mayoría de estos chavos son miembros de familias pobres y disfuncionales. Tuvimos una experiencia de reunir todos los lunes a los muchachos y a sus papás, en la Casa de la Juventud, ubicada en la calle Núñez. Pero por la falta de participación, se cerró la experiencia. Hoy contamos con seis mamás que se han sumado a nuestro equipo. Ellas son promotoras de este proyecto en varias colonias de la ciudad. Otro, obstáculo es la manera de ver a los drogadictos de parte de una sociedad cada vez más excluyente. Y otro, es la visión que se tiene de la pastoral juvenil. Muchos sacerdotes y seglares creen que trabajar con los jóvenes es integrar sólo grupos juveniles que terminan formando coros para cantar en las celebraciones. Creo que la pastoral juvenil debe ser una respuesta a las situaciones y necesidades existenciales que viven los jóvenes de hoy, para que con todas sus broncas y vitalidad sean protagonistas de un mundo mejor”, manifestó Lulú.

Para terminar nuestra entrevista, le pregunté sobre las perspectivas y proyectos. Lulú fue clara al señalar que proyectos siempre lo ha habido y los habrá; pero que se quedan en buenas intenciones. Un ejemplo es la construcción de una Casa Hogar; se tiene el terreno, pero falta el recurso. Y sobre todo, entender que este trabajo reclama de personas amigas y generosas dispuestas a dar su tiempo, capacidades, recursos; y una exigencia esencial es cambiar de mentalidad para ver a los jóvenes adictos a la droga no como “leprosos”, sino como seres humanos y hermanos. A manera de conclusión expresó: “No nos alienta lo que hemos hecho en estos doce años, porque cuantitativamente es poco. Nos alegra encontrarnos con Cristo presente en la realidad que viven estos muchachos que están en un pantano del que quieren salir y necesitan ayuda”.

Publicación en Impreso

Número de Edición: 108
Autores: Dichos y Hechos
Sección de Impreso: P. Luis Antonio Villalvazo

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