Reconstruirnos como personas

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Por: Jesús Mendoza Zaragoza
Diócesis de Acapulco

Ya se ve cercana la salida de la cuarentena a la que nos obligó el coronavirus. Se percibe una amplia presión por salir de este obligado encierro y sólo se espera que concluya el semáforo rojo. Si bien hay que reconocer presiones de diferente naturaleza, hay que señalar que las de carácter económico han sido las más fuertes.

Se prevé que el declive económico tardará mucho tiempo para superarse. A los trabajadores les urge un ingreso para alimentarse y para ir pagando deudas, a los empresarios les urge librar a sus negocios del colapso y a todos nos interesa que se rehabiliten las condiciones económicas para el adecuado desarrollo de la vida cotidiana.

Las condiciones económicas son parte de las condiciones objetivas necesarias para resolver la vida en toda su complejidad. Aquí entran, además, las condiciones políticas, ambientales, sociales y educativas, entre otras. Todo está necesitado de rehabilitación, puesto que la pandemia ha mostrado la fragilidad de todo y frenó todo. Y no solo eso, ha causado estragos, el mayor de los cuales lo constituye ese medio millón de muertos – hasta ahora– que no encontraron las condiciones para sobrevivir debido, precisamente, a abusos, carencias y descuidos en la organización de la humanidad.

Si bien estas condiciones objetivas son absolutamente necesarias, hay que entender que no son suficientes. La reactivación de la economía urge y todos los sentimos así. Pero no es suficiente. Al lado de las transformaciones objetivas, se requieren transformaciones subjetivas para que aquéllas no se queden en el camino y en buenas intenciones. El ser humano es el sujeto de las transformaciones que se requieren en el mundo y tiene que proceder a transformarse a sí mismo como condición necesaria y absolutamente indispensable. Sin la transformación del sujeto, todas las demás transformaciones se quedan en meras simulaciones.

Así lo hemos constatado a lo largo de la cuarentena que ya nos tiene fatigados. Hemos mostrado una serie de fragilidades y de carencias que nos han hecho incapaces de sobreponernos a la dura prueba de la pandemia. Con personas discapacitadas para el cuidado, para la solidaridad, para la responsabilidad y para la compasión no podemos llegar muy lejos. De hecho, esas carencias han sido factores para que las condiciones objetivas que hasta ahora hemos construido se vuelvan contra nosotros.

El déficit que tenemos en México en cuanto a transformaciones sociales se debe, entre otras cosas a que no han sido acompañadas de las transformaciones subjetivas necesarias. Ha habido intentos para transformaciones económicas que se han quedado en eso, intentos, debido a que no basta modificar mecanismos, estructuras o instituciones para conseguir una economía mejor. Hay que transformar al sujeto de la economía.

Se requiere una transformación de las ideas, de los sentimientos, de las emociones, de las actitudes y de las conductas, como una condición necesaria para que el mundo funcione bien. Los cambios políticos y económicos sin una transformación cultural solo son simulaciones. Es más, se requiere una transformación espiritual en el sentido secular del término.

Reactivar la economía es urgente, pero sin una transformación de las personas, es volver a lo mismo, volver al pasado. Será volver a esa economía excluyente y depredadora, carente de sentido humano y de solidaridad. Ese pasado no puede continuar porque no nos va a servir para enfrentar las nuevas pandemias que nos lleguen. Necesitamos una nueva economía y para que eso suceda, necesitamos una transformación cultural, en el más amplio sentido de la palabra. Necesitamos personas que sean eso: personas. Que dejen de ser súbditos en la política, consumidores en la economía y depredadores en lo ambiental. Que sí se hagan responsables de sí mismas, de sus entornos y de las generaciones futuras. Personas abiertas, desbloqueadas del ego y dispuestas a la solidaridad.

Está por reiniciarse la activación de la economía. Más decisiva que ésta es la renovación de las personas para que sean capaces de darle un contenido solidario e incluyente. ¿Quién y cómo se va a promover esta tarea? Nadie habla de ello. Será un olvido más, que costará muy caro a nosotros y a las siguientes generaciones. Es necesario enfocar las carencias para llenarlas con un sentido verdaderamente humano, y desmontar las discapacidades para poner en su lugar las capacidades necesarias para un desarrollo humano integral.

¿Acaso no vamos a sacar un provecho positivo de esta experiencia de casi cuatro meses, en la que nos pusimos en contacto con lo que somos, con lo que tenemos y lo que no tenemos? ¿Dejaremos que los aprendizajes se esfumen y retornemos a la cotidianidad como si nada hubiera pasado? ¿O, vamos a renunciar a esta gran oportunidad de reconocer nuestros límites y de hacer un esfuerzo para convertirnos en personas responsables? O, de plano, ¿dejaremos de creer en nosotros mismos? ¿No ha sido lo más cómodo el dejar de ser sujetos constructores de nuestras historias? ¿Seguiremos / permitiendo que sean los corruptos, ventajistas y abusivos quienes impriman la trayectoria que ellos decidan a nuestro mundo? ¿Y todo por no asumir la responsabilidad de ser y vivir como personas?

Transformar el entorno social y transformarnos a nosotros mismos son dos polos de una misma dinámica humana. En la medida en que nos reconstruimos como personas podemos reconstruir la sociedad con mejores condiciones de vida. Nuestro gran problema es que somos herederos de un descuido fundamental en el hecho de ser personas y hemos aceptado la imposición de las actitudes que sustentan la economía dominante: insolidaridad, individualismo, mercantilismo, consumismo y depredación.

Eso sí. Debiéramos experimentar la nostalgia de ser personas, capaces de relaciones justas y fraternas, que nos responsabilizamos del mundo porque nos hemos responsabilizado de nosotros mismos. ¿O será esta una mera utopía? Justamente eso es lo que nos está faltando hoy: la aspiración a algo mayor que nos anime a trascender lo que de podrido tiene el mundo que hemos hecho y a poner en él nuestra huella, una huella de redención que lo haga más habitable.

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