Homilía para el 6° domingo de Pascua 2017

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No estamos desamparados

Pascua6 A 17

Nos hemos reunido en este domingo, que es el sexto de la Pascua, para la celebración de la Eucaristía. Hoy nos encontramos con la promesa que Jesús hizo a sus discípulos de no dejarlos desamparados. Él estaba muy cerca de su muerte. Era la víspera, porque esto que escuchamos en el texto del evangelio es parte de lo que les dijo durante la Última Cena. Al día siguiente fue crucificado y murió. Estaba preparado a sus discípulos para la separación.

No estamos desamparados

Textos: Hch 8, 5-8. 14-17; 1 Pe 3, 15-18; Jn 14, 15-21.

Pascua6 A 17

Nos hemos reunido en este domingo, que es el sexto de la Pascua, para la celebración de la Eucaristía. Hoy nos encontramos con la promesa que Jesús hizo a sus discípulos de no dejarlos desamparados. Él estaba muy cerca de su muerte. Era la víspera, porque esto que escuchamos en el texto del evangelio es parte de lo que les dijo durante la Última Cena. Al día siguiente fue crucificado y murió. Estaba preparado a sus discípulos para la separación.

Sabemos lo que significa que una persona o una familia queden en el desamparo. Cuando queda la mujer viuda con sus hijos pequeños, cuando quedan los puros niños, cuando una mujer es abandonada por el esposo, cuando los ancianitos quedaron sin hijos, cuando hay una madre soltera sin el respaldo de su familia, es una situación de mucho sufrimiento, de angustia, de fragilidad. Nada tienen seguro: ni comida ni techo ni vestido ni recursos para la salud; los niños hasta pierden la escuela. Y no falta quienes se aprovechen de su situación y abusen de estas personas. No hay quien las defienda; incluso quienes pudieran defenderlas, fácilmente sacan lo que pueden.

Cuando Jesús dijo que no dejaría desamparados a sus discípulos se refería a algo parecido a esta situación. Por eso les prometió el Espíritu Santo. Lo llamó el otro Paráclito. Esta es una palabra que significa consolador, defensor, abogado. Él los sostendría en la misión por todo el mundo, cuando Jesús ya no estuviera físicamente presente. Él les ayudaría a realizar lo que Jesús les encomendó: que se amaran unos a otros, que fueran los últimos y los servidores de todos, que salieran por todo el mundo a llevar la Buena Nueva, que anunciaran el Reino de Dios, que curaran a los enfermos, que resucitaran muertos, que perdonaran los pecados. Para eso es el Espíritu Santo, a quien Jesús llama Espíritu de la verdad, no es solamente para tenerlo.

En la primera lectura tenemos un testimonio de la acción del Paráclito en la vida de Felipe. Él andaba predicando a Jesús en Samaria, hacía milagros, expulsaba demonios, curaba paralíticos y lisiados. Esto lo hacía gracias a que permitía que el Espíritu Santo actuara en su persona. No ahogaba su acción y dejaba que lo condujera en la misión. Lo mismo sucedía con otras personas que también lo recibían, como los samaritanos que se habían convertido y habían sido bautizados; cuando Pedro y Juan les impusieron las manos, quedaron llenos del Espíritu. Luego se convirtieron en misioneros.

Nosotros lo recibimos en el momento de ser bautizados. Ahí se cumplió con nosotros la promesa de Jesús. Con los que estaban con Él en la Última Cena, se cumplió el día de Pentecostés. Hoy se lo agradecemos con la Eucaristía y renovamos su presencia en nosotros con la Comunión. Si lo tenemos es para ser misioneros, para salir a anunciar el Evangelio y hacer presente el Reino de Dios, para consolar y confortar a quienes sufren, para atender a los enfermos, para crear la comunidad, para devolver la esperanza. No estamos desamparados. Más bien lo que nos ha pasado es que ahogamos al Espíritu Santo y no lo dejamos actuar en nuestra persona, en la vida de las familias, en la vida de la comunidad y de la sociedad.

Demos gracias a Dios por el don del Espíritu Santo, que nos mantiene amparados. Pidamos al Señor que lo dejemos actuar en nuestra vida y que nos convirtamos en misioneros. Dispongámonos a recibir a Jesús en la Comunión sacramental, para salir fortalecidos y reanimados de esta celebración a llevar el Evangelio, a curar, consolar y confortar, a amarnos mutuamente.

21 de mayo de 2107

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