Homilía para el 2º domingo de Adviento 2013

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Vivir en armonía

Textos: Is 11, 1-10; Rm 15, 4-9; Mt 3, 1-12.

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Juan el Bautista, como escuchamos en el Evangelio, inició su predicación invitando a la conversión porque se acercaba ya Jesús con la Buena Nueva del Reino de Dios. Esa invitación resuena hoy en nuestros oídos y corazones. También se nos dice que nos convirtamos y le preparemos el camino al Señor. La conversión consiste en un cambio total de vida. Una de las dimensiones en las que debemos convertirnos la recuerda san Pablo, al desear que vivamos en armonía.

El proyecto de Dios consiste precisamente en que las personas, las familias, los pueblos vivamos en armonía. Lo acabamos de escuchar de una manera muy bonita en el texto de Isaías, cuando describe la convivencia entre animales que ordinariamente no pueden estar juntos, porque uno –el más fuerte y agresivo– se come al otro: describe juntos al lobo y el cordero, a la pantera y al cabrito, al novillo y el león, a la osa con la vaca, al niño y la víbora.

Lo ordinario es que suceda lo contrario: el lobo, la pantera, el león, el oso, la víbora, atacan, matan, destrozan, se comen a otros animales pequeños, indefensos, descuidados, enfermos, ancianos. Sin embargo, en el sueño de Dios, estos animales pasan la vida pacíficamente: están uno junto al otro, comen lo mismo, no pelean por la comida, no se devoran, no se tiene que cuidar uno del otro. Así debería suceder entre las personas, entre los vecinos, entre los pueblos.

Y, sin embargo, muchas veces pasa lo contrario: el grande se aprovecha del pequeño, el fuerte abusa del débil, el “listo” saca ganancia del “tonto”, el poderoso pasa por encima del débil, el rico maltrata al pobre. Esto no coincide con el proyecto de Dios porque son signos de injusticia y, además, aumentan las desigualdades entre personas y pueblos. Dios desea que exista la armonía y para eso envía a su Hijo. Él es el retoño de que habla el profeta Isaías.

Jesús, de quien celebraremos su nacimiento el próximo día 25, es el renuevo del tronco de Jesé. Él actúa con el Espíritu del Señor, por eso no juzga por apariencias, no sentencia por lo que le dicen, no se presta para que las divisiones y la desarmonía crezcan; más bien, actúa con justicia, con equidad, con fidelidad a la verdad. De esta manera, hace realidad la convivencia pacífica, la armonía entre diversos, el compartir fraterno, la justicia en las relaciones.

Para llegar a vivir de esta manera, es necesario estar en la dinámica de la conversión. Somos personas y estamos comprometidos ya de por sí a llevarla bien con todos porque somos seres para la convivencia; pero somos también bautizados y eso nos obliga a construir familias y comunidades armoniosas. Por eso, hoy que escuchamos estos textos de la Palabra de Dios, podemos hacer una revisión de nuestra manera de vivir y relacionarnos con los demás.

¿Qué signos, actitudes, gestos, modos de ubicarnos, hacen que no se viva de manera pacífica? ¿No estamos siendo lobos, leones, panteras, osos, víboras, para los demás? ¿Qué estamos haciendo para que en nuestra familia, en nuestra comunidad, en nuestros espacios de estudio o trabajo, se viva en armonía? Reconozcamos que hay cosas en nuestro corazón que debemos eliminar, reconozcamos que necesitamos asumir compromisos para que exista la armonía.

En unos momentos más vamos a comulgar. La comunión no se queda en el hecho físico de recibir la Hostia y el Vino consagrados, sino que se debe manifestar en la relación con los demás. Ahí es donde debe aparecer la comunión. Pidamos a Dios que su Espíritu siga actuando en nosotros para que logremos vivir en perfecta armonía unos con otros. Hagamos caso a Juan el Bautista, que llama a la conversión para preparar el camino a la llegada del Señor.

8 de diciembre de 2013

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