Homilía para el 1er domingo de Adviento 2020

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Alegría, vigilancia, conversión y esperanza
Con la Eucaristía de este domingo iniciamos el Adviento, tiempo de preparación para la celebración del Nacimiento de Jesús. El Adviento es un tiempo de cuatro semanas que se nos ofrecen para hacer una buena experiencia de preparación para recibir al Señor que se acerca. Por eso, la Palabra de hoy nos invita a la alegría, la vigilancia, el cambio de vida y la esperanza. Estas actitudes las fortalecemos con la recepción del Cuerpo y la Sangre de Jesús en el momento de la Comunión.

Alegría, vigilancia, conversión y esperanza

Textos: Is 2, 1-5; Rm 13, 11-14; Mt 24-, 37-44

Con la Eucaristía de este domingo iniciamos el Adviento, tiempo de preparación para la celebración del Nacimiento de Jesús. El Adviento es un tiempo de cuatro semanas que se nos ofrecen para hacer una buena experiencia de preparación para recibir al Señor que se acerca. Por eso, la Palabra de hoy nos invita a la alegría, la vigilancia, el cambio de vida y la esperanza. Estas actitudes las fortalecemos con la recepción del Cuerpo y la Sangre de Jesús en el momento de la Comunión.

Cuando una señora está por aliviarse, hay alegría por la cercanía del nacimiento de su criatura; pero también hay incertidumbre por lo que puede pasar, sobre todo en el momento del parto. Incluso se les desea que salgan bien los dos. Esto también exige una experiencia de preparación, no sólo de la mamá, sino de toda la familia, porque hay que disponerse para integrar al nuevo miembro. Y es una situación que se vive con esperanza. A esto mismo nos invita hoy la Palabra de Dios.

Jesús anunció a sus discípulos su venida. Lo que está seguro es que va a suceder, lo que no se sabe es cuándo. Por eso, hay que estar vigilantes y preparados, como Noé y su familia, como un padre de familia, como un buen velador. Jesús hizo referencia a Noé, un personaje que tenían bien identificado los judíos. Él era una persona justa e irreprochable ante los ojos de los demás y, por tanto, de Dios; mientras que el resto de la humanidad estaba lleno de maldad, corrupción y violencia, como nos narra el autor del Génesis. Nadie se preocupaba por eso y vivían como si nada, despreocupados. Por eso Dios decidió exterminar a la humanidad y a la tierra, le advirtió a Noé y le pidió construir el arca donde se salvarían él y su familia. Y así sucedió: cuando menos lo esperaban, llegó el diluvio y acabó con todos. Desprevenidos los sorprendió la destrucción y la muerte.

Por eso, ante la certeza de su segunda venida, en la que todo será liberado del pecado, la destrucción, la corrupción, la violencia, Jesús pidió a sus discípulos velar y estar preparados. No es para que nos asustemos, sino para que vivamos permanentemente y con esperanza la espera de su venida definitiva, pues vendrá para la liberación plena de la humanidad y de la Creación entera.

La preparación la tenemos que hacer trabajando por lograr una vida hermanable entre las personas y la armonía con la naturaleza, de modo que no haya pobreza, sufrimiento, violencia, destrucción y muerte. San Pablo nos ayuda a asumir la cercanía de la salvación con un cambio de vida. Nos pide que desechemos las obras de las tinieblas y nos revistamos con las armas de la luz. Esto equivale a entrar en proceso de conversión, porque se trata de un cambio en la vida que se tiene que manifestar con hechos concretos: sin comilonas ni borracheras, sin lujurias ni desenfrenos, sin pleitos ni envidias, y más bien con un testimonio personal y comunitario de hermandad, solidaridad, justicia, cuidado de la naturaleza. En esto es en lo que debemos estar siempre vigilantes, si no, cuando menos lo esperemos, va a llegar Jesús y, quienes estén preparados, van a ser llevados a la vida del Reino en plenitud y quienes, no, se quedarán, como los campesinos y las mujeres que muelen trigo.

Asumamos, pues, esta invitación a estar vigilantes, preparados, con alegría por la cercanía de la llegada del Señor y con esperanza por la liberación que nos trae. Hagamos realidad aquello que decimos continuamente y vamos a proclamar al ratito, inmediatamente después de la consagración: ¡Ven, Señor Jesús! Que sea una expresión de nuestra alegría por su Nacimiento, de nuestra actitud de vigilancia y esperanza, y de nuestra decisión de cambiar de vida para prepararnos a su llegada.

1º de diciembre de 2019

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