Homilía del Domingo de Ramos 2012

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El crucificado

Textos: Mc 11, 1-10 (para la bendición de palmas); Is 50, 4-7; Flp 2, 6-11; Mc 14, 1-15, 47.

Bendición de palmas: Un pobre, Jesús, es recibido por una multitud de pobres que lo aclaman porque trae el Reino de parte del Señor. Así hoy nosotros salimos con nuestras palmas para encontrarnos con Jesús, para recibirlo y acompañarlo en su camino hacia Jerusalén. Con la celebración de este domingo iniciamos la Semana Santa y nos adentramos en los misterios centrales de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

El crucificado

Textos: Mc 11, 1-10 (para la bendición de palmas); Is 50, 4-7; Flp 2, 6-11; Mc 14, 1-15, 47.

Bendición de palmas: Un pobre, Jesús, es recibido por una multitud de pobres que lo aclaman porque trae el Reino de parte del Señor. Así hoy nosotros salimos con nuestras palmas para encontrarnos con Jesús, para recibirlo y acompañarlo en su camino hacia Jerusalén. Con la celebración de este domingo iniciamos la Semana Santa y nos adentramos en los misterios centrales de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo.

 Pasión: Acabamos de escuchar el relato de la pasión de Jesús que nos ofrece san Marcos. Hemos escuchado cómo vivió su entrega definitiva: en la soledad, el abandono, la negación, la traición, la entrega, la tortura, la angustia. Al final, aparentemente queda derrotado: muerto y sepultado. Aunque después vendrá la respuesta de Dios: la resurrección. La celebraremos hoy con la Eucaristía, pero especialmente el próximo domingo, a partir de la Vigilia Pascual.

De este Jesús crucificado es del que hay que dar testimonio. Los adultos tenemos que presentárselo a los pequeños, los papás a los hijos, los catequistas a los niños y niñas. Es algo que nos falta asumir en nuestra vida. Para realizar este servicio es necesario descubrirlo, y no solo en los textos escritos o en la Eucaristía, sino en las situaciones de la vida diaria; descubrirlo para encontrarnos con Él y seguirlo en su camino hasta el final, como hicieron las mujeres.

Jesús está crucificado en los enfermos, sobre todo cuando su enfermedad es incurable, o en los ancianos que están abandonados en el fondo de la casa, en las mujeres que no tienen para darles de comer a sus hijos, en los internos de la cárcel que son torturados o están injustamente detenidos. Jesús vive su cruz en los gritos silenciosos que ya no pueden externar los moribundos, en el grito ignorado de los presos cuando un compañero de celda se está muriendo.

1º de abril de 2012

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