La tecnología después de la pandemia

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Las cinco agendas de reflexión: cuarta parte

Tercera agenda

Por: Jorge Rocha

En el auge de la economía de la postguerra y del keynesianismo económico empezó a expandirse en todo el planeta el llamado modelo “fordista” de producción, que consistía en la automatización de los procesos, el armado de productos en serie y en la creación de un modelo de empleo, donde los trabajadores contaban con muchas prestaciones sociales, ya que el propósito era aumentar el mercado interno en cada país.

En el proceso de expansión de la globalización y de la división internacional del trabajo, ya en los años 90, empezamos a escuchar que especialistas en estudios sobre el trabajo, hablaron del “toyotismo” como la nueva forma de gestionar las relaciones laborales, donde grupos pequeños, altamente cualificados, generaban soluciones a distintos trayectos productivos.

Con la pandemia derivada de la expansión del COVID-19, nos vimos como planeta, con la necesidad de trasladar muchas de las actividades sociales y económicas a una modalidad virtual, y algunos académicos empieza a hablar del “zoomismo”, en continuidad con los dos procesos anteriores; y como la nueva forma como se empiezan a desarrollar ciertas actividades sociales y económicas.

Quizá como nunca el uso de la tecnología se ha expandido en el mundo y; también como nunca nos empezamos a percatar de los límites y posibilidades de la tecnología para ayudar a la vida de las personas. Habrá que recordar que, desde mediados de los años 90, el connotado sociólogo español Manuel Castells, empezó a divulgar sus teorías por el advenimiento de la era de la información y que estábamos frente a la tercera gran revolución industrial y tecnológica. Este proceso está más claro que nunca y nos coloca frente a escenarios que no se habían vivido en la humanidad anteriormente.

Desde mi particular punto de vista hay varios asuntos sobre los que es necesario reflexionar frente a este momento del desarrollo tecnológico:

Aunque ya había empresas y propuestas sobre el llamado tele-trabajo (trabajo a distancia), las exigencias de confinamiento social nos llevaron de manera abrupta a que muchas personas empezaran a desarrollar sus actividades laborales en esta nueva modalidad. El proceso ha sido muy complejo, pero la necesidad de mantener algunas partes de la actividad económica, hizo que hasta los más reticentes entrarán en esta nueva dinámica.

Más allá de todas las anécdotas que hay sobre las diversas experiencias en este tránsito obligado, la reflexión de fondo gira alrededor de algunas preguntas como ¿cuántas actividades que antes hacíamos presencialmente pueden convertirse en procesos que se pueden gestionar a la distancia? ¿hasta dónde es necesario el acompañamiento cara a cara y hasta donde se puede desarrollar la autogestión de los individuos? ¿esta es una alternativa real para evitar las enormes aglomeraciones que hay en los espacios urbanos?, sobre estos asuntos hay mucha tela de cortar aún.

En estos días de pandemia ha quedado muy clara la brecha tecnológica entre países, regiones y dentro de las propias ciudades. Las historias de la desigualdad de acceso al internet de banda ancha, las tremendas diferencias en el equipamiento de los artefactos tecnológicos entre empresas, familias, organizaciones y personas; incluso la disponibilidad de tener acceso a la energía eléctrica y las enormes distancias en lo que podemos llamar la alfabetización tecnológica, nos han llevado a ver que unos de los ámbitos donde las desigualdades son más grandes y escandalosas, es precisamente en el acceso a la tecnología. Mucho se ha hablado de la necesidad de que todas y todos tengamos acceso al derecho a la salud, pero hoy vuelve a tomar una enorme relevancia la urgencia de aminorar la brecha tecnológica.

El confinamiento social que, en el caso de Jalisco, ya suma más de dos meses, nos llevó a revalorar la enorme relevancia del contacto cara a cara. Es cierto que nos estamos dando cuenta que hay una amplia posibilidad de realizar actividades sociales y económicas distancia, pero ahora nos queda más claro a todas y todos, que una parte esencial de las personas es la necesidad de entrar con contacto cara a cara con los demás. Como nunca está claro que la comunicación está mucho más allá que las palabras y las letras.

Otro de los procesos que sin duda se revolucionó de una forma muy considerable en estos meses es la consolidación de la actividad comercial en línea. Efectivamente era una actividad económica que ya existía, pero que según varias encuestas, era una de las formas de comprar que más desconfianza generaba; y además estaba circunscrito mayoritariamente a empresas y marcas de gran demanda y donde los usuarios sólo podían acceder a través de tarjetas de crédito.

En estos días vimos un notable incremento de empresas y comercios locales que se sumaron a esta tendencia, incluso han proliferado los grupos en redes sociales, donde comerciantes y empresarios de algunas colonias de la ciudad, ofrecen productos y servicios a las personas que viven en su entorno más inmediato, con lo cual se generan circuitos comerciales en micro-localidades, donde además de generar redes de confianza, hace que los ingresos se redistribuyan en lo local. Creo que este tipo de prácticas llegaron para quedarse y son espacios novedosos donde la tecnología ha sido crucial para su implementación.

Habrá que seguir con esta reflexión, pero está claro que esta pandemia colocó a la tecnología con sus enormes potencialidades y sus límites muy definidos.

Dr. Jorge Rocha Quintero

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Dr. Jorge Rocha Quintero. Académico del ITESO. Colaborador de El Puente. Escribe en revistas y medios de Jalisco y de la Compañía de Jesús. Le va a Atlas aunque ganen.

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