Homilía para el domingo de Cristo Rey 2022

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Ante el mismo hecho, la crucifixión injusta de Jesús, san Lucas nos transmite dos actitudes totalmente distintas de quienes estaban contemplando la agonía del Nazareno.

Dos actitudes ante el Rey crucificado

Textos: 2 Sam 5, 1-3; Col 1, 12-20; Lc 23, 35-43

Ante el mismo hecho, la crucifixión injusta de Jesús, san Lucas nos transmite dos actitudes totalmente distintas de quienes estaban contemplando la agonía del Nazareno. Unos se burlaban, solamente uno lo invocaba esperando confiado su misericordia. Esto nos ayuda a reflexionar sobre nuestra vida y a prepararnos para recibir sacramentalmente a Jesús, a quien este domingo honramos como Rey del universo.

Los reyes y gobernantes, ordinariamente utilizan el poder que tienen para dominar, explotar, oprimir, enriquecerse. Jesús no. Él, siendo el Hijo de Dios, el Mesías, utilizó su poder para servir y, de esta manera, anunciar y hacer presente el Reino de Dios. El signo más claro lo estaba manifestando en la cruz. Allí estaba desnudo, coronado de espinas, agonizante, con su cuerpo despedazado, entregando totalmente su vida, derramando su sangre para redimirnos, perdonarnos, reconciliar todos los seres del universo, traer la armonía y la paz.

Ante este hecho las autoridades le hacían muecas de burla y desprecio, los soldados se burlaban de Él, uno de los compañeros de suplicio lo insultaba. Todos hacían referencia a lo que decía el letrero puesto sobre la cruz: “Este es el rey de los judíos”. Al igual que el Diablo durante las tentaciones en el desierto, lo provocaban para que aprovechara su condición de Hijo de Dios para ganar fama y, en este caso, se salvara bajándose de la cruz. Jesús asumía como Rey las burlas y abusos de los poderosos en contra de su pueblo. Preguntémonos si nosotros hemos tomado esta actitud de burlarnos o insultar a los demás, especialmente a los pobres y a quienes consideramos inferiores o vemos más débiles.

Entre todos estos gestos de desprecio, sorna, violencia verbal en contra de Jesús, hubo uno que se ubicó en otra actitud: la de la confianza. Uno de los malhechores, conocido en la tradición como “el buen ladrón”, reconociendo su culpa y asumiendo su situación de crucificado, se dirigió a Jesús con palabras de súplica. Es la súplica confiada de los crucificados de la historia, de los sufrientes por la enfermedad y otros males, de los violentados por los fuertes y poderosos, de los excluidos y descartados por la sociedad: “acuérdate de mí”, “ten compasión de nosotros”. En esa súplica están expresados los clamores de los pobres y de nuestra Hermana-Madre Tierra que continuamente suben hasta Dios, esperando que los escuche y responda. Ese clamor fue escuchado y atendido por Jesús: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”. Así estaba manifestando su condición real, de Rey servidor. La invocación de aquel compañero de Jesús en la tortura fue escuchada y atendida, como Dios escucha y atiende siempre los gritos y clamores de los condenados a muerte que confían en Él y lo invocan. Preguntémonos si nuestra invocación al Rey del universo es confiada y qué tanto escuchamos y atendemos los clamores de los pobres.

Damos gracias a Dios por el don de su Hijo que, haciéndose imagen suya, nos dio a conocer y nos hace experimentar su misericordia. Agradezcámosle que, por la consagración bautismal, nos hace partícipes de la condición real de Jesús. Pidámosle que no nos burlemos de los pobres, frágiles y sufrientes, sino que, como Él, los escuchemos y atendamos.

20 de noviembre de 2022

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