Homilía para el 7º domingo ordinario 2023

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Jesús nos muestra el camino para ser hijos e hijas del Padre: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odia y rueguen por los que los persiguen y calumnian”.

Hijos e hijas de Dios

Textos: Lv 19, 1-2. 17-18; 1 Cor 3, 16-23; Mt 5, 38-48

Una de las bienaventuranzas dice que son dichosos los que trabajan por la paz, porque Dios los aceptará como sus hijos. En el texto del evangelio, Jesús nos presenta el ideal y nos muestra el camino para ser hijos e hijas del Padre: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian”. Nada más eso. Esta es una buena oportunidad para renovar nuestro compromiso bautismal de trabajar a favor de la paz en medio de la creciente violencia generalizada en que estamos sumidos.

Ya desde la antigüedad, el mismo Dios les había pedido a los israelitas, su pueblo, que fueran santos. Jesús dijo a sus discípulos: “sean perfectos”. El referente de santidad y perfección es Dios mismo: “porque yo mismo soy santo”, le dijo a Moisés; “como su Padre celestial es perfecto”, dijo Jesús. Entonces, estamos llamados a ser santos y perfectos, como Dios. Dice el dicho que “la cuchara saca lo que tiene la olla”. Si somos hijos de Dios nos tenemos que parecer a Él. ¿Y cómo es? Lo describe muy bien el salmista y por eso invita a bendecirlo: perdona los pecados, cura las enfermedades, colma de amor y ternura, es compasivo y misericordioso, es lento para enojarse, generoso para perdonar. Así tenemos que ser también nosotros.

No está fácil vivir de esta manera, por la tendencia humana a devolver mal por mal; pero no por eso hay que perder el ideal ni dejar de luchar por vivir amando a los enemigos, para aparecer como hijos e hijas de Dios y para colaborar a la construcción de la paz. Si ya Dios decía a los israelitas que no odiaran a su hermano ni en lo secreto del corazón. ¡Ni en lo secreto del corazón!, dijo. Y pidió aún más: “No te vengues ni guardes rencor”. Si el Señor no es así, tampoco nosotros lo debemos ser: “No nos trata como merecen nuestras culpas ni nos paga según nuestros pecados”, como expresa el salmista, y Él sí tendría la razón para hacerlo.

Por eso Jesús pide de sus discípulos no solo no devolver las ofensas, sino hacerle el bien a quien nos odia, amar a los enemigos, orar por los que nos calumnian y persiguen por su causa. Es más bien devolver bien por mal. Esta es prueba para ser hijos e hijas de Dios, discípulos y discípulas de Jesús. No solo no devolver el mal, sino responder con el bien. Aquello de la no-violencia que vivió Ghandi y a la que invitó a practicar, con la finalidad de detener, al menos en lo que toca a nosotros, la espiral de la violencia. Y todavía más: no guardar rencor, no cultivar el deseo de venganza, no odiar ni en lo secreto del corazón. Muchas veces aparentemente superamos situaciones de desavenencias o de problemas entre personas o grupos, porque ya no decimos nada; pero las guardamos en el corazón, ahí se cultiva el deseo de desquite y se aprovecha cualquier situación para realizarlo… y hasta con gusto. Y ese no es el camino.

Para captar todavía más el respeto al que tiene derecho toda persona y, por tanto, para pensárnosla bien cuando pensamos en hacer mal, en devolver una ofensa, en destruir la armonía en la relación entre personas, Pablo nos recuerda que somos templos de Dios, porque en cada uno habita el Espíritu Santo. Cada templo es santo, como Dios mismo. Si ya estamos en esta condición de santos y santas por el Bautismo, la tenemos que garantizar con nuestra manera de ubicarnos en la relación con los demás: valorando y respetando la dignidad de cada quien, no guardando rencor, no devolviendo agresiones, perdonando a los enemigos, orando por quienes nos hacen daño. Solamente así podremos ser hijos e hijas de Dios y estaremos en el camino de la santidad, de la perfección, por trabajar en la construcción de la paz.

19 de febrero de 2023

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