Homilía para el 5° domingo ordinario 2017

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Dar sabor e iluminar

Ordinario5 A 17

Acabamos de escuchar dos cosas que Jesús dijo a sus discípulos: que son sal de la tierra y luz del mundo. Son dos tareas, dos modos de servir, dos maneras de vivir, para las cuales nos alimentaremos en esta Eucaristía dominical.

Dar sabor e iluminar

Textos: Is 58, 7-10; 1 Cor 2, 1-5; Mt 5, 13-16.

Ordinario5 A 17

Acabamos de escuchar dos cosas que Jesús dijo a sus discípulos: que son sal de la tierra y luz del mundo. Son dos tareas, dos modos de servir, dos maneras de vivir, para las cuales nos alimentaremos en esta Eucaristía dominical.

Todos sabemos lo que hace la sal en la comida: quita lo desabrido, da sabor, hace que los alimentos sean agradables al paladar. Pero para que esto suceda es necesario que la sal se desbarate, se pierda, se mezcle con lo que está en la olla o en la cazuela. Cuando esto sucede, la sal ya no se ve pero se capta su función por el sabor de la comida. También conocemos lo que hace la luz en el mundo: quita las tinieblas, hace que las cosas se vean, nos permite ver con claridad. Por más pequeñita que sea la llama, se nota; hasta una chispa se ve en medio de la oscuridad. Al final de cuentas, a la luz no la vemos, pero descubrimos su acción porque podemos ver y contemplar todo. Tanto la sal como la luz se pierden y de esta manera realizan su función.

Así espera Jesús que seamos sus discípulos en la tierra: que le demos sabor a la familia, a la comunidad, a los espacios del trabajo y de la escuela, a la sociedad, a la casa común; que iluminemos a nuestros familiares, vecinos, compañeros de labor y estudio, a los demás ciudadanos, a las personas de otras religiones y a la naturaleza. Esto no es para realizarlo de vez en cuando sino de manera permanente.

En la primera lectura y el salmo encontramos varias maneras de dar sabor e iluminar el mundo. Hablándole a los miembros de su pueblo Israel, el pueblo de Dios, Isaías les pide compartir el propio pan con el hambriento, abrir su casa al pobre sin techo, vestir al desnudo, no dar la espalda a los hermanos empobrecidos, saciar las necesidades del humillado; esto va junto con la renuncia a oprimir a los demás, a desterrar los gestos amenazadores en contra de los débiles, a evitar las palabras ofensivas hacia los hermanos. El autor del salmo valora a los que son justos, clementes y compasivos; a los que dan limosna a los pobres, a los que se compadecen de quienes están en necesidad y les ayudan, a los que llevan su negocio honradamente. Tanto Isaías como el salmista dicen que quienes viven así brillan como luz en las tinieblas.

Preguntémonos: ¿Así es nuestra manera de vivir personal? ¿En nuestra familia estamos cultivando este proyecto de Dios recibido en el Bautismo? ¿Esto que dice la Palabra de Dios se puede decir de la vida de nuestro barrio? ¿No seremos más bien cristianos desabridos y apagados? ¿Nuestras comunidades no habrán ido perdiendo el sabor de Iglesia y dejando de brillar por la falta de un testimonio de hermandad? Creo que sí. El Señor nos remueve hoy con su Palabra para que asumamos la invitación de Jesús a ser sal de la tierra y luz del mundo, para que nuestro testimonio personal y comunitario no estén escondidos debajo de la cama o de una olla, sino puestos en lo alto, de manera que los enfermos, los alejados, los sufrientes, los migrantes, se encuentren con una luz para su vida, un aliento para su sufrimiento, un testimonio gustoso que los reanime.

Pidamos al Señor en nuestra oración que no nos avergoncemos de vivir como bautizados, sino que logremos dar sabor a los ambientes en que nos movemos y ser luz para todos aquellos con quienes nos encontremos. Que sepamos perdernos en medio de nuestro barrio y de la sociedad, pero que allí haya un ambiente de hermandad y de comunidad. Que los pobres y alejados encuentren en nosotros y en nuestras comunidades el buen sabor y la luz de Jesús en nuestras obras.

5 de febrero de 2017

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