Homilía para el 4° domingo ordinario de 2022

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Quienes estaban escuchando a Jesús, en un primer momento lo admiraron y lo aprobaron; pero luego comenzaron a murmurar, a poner en duda su persona y su palabra.

Aceptar a Jesús

Textos: Jr 1, 4-5. 17-19; 1 Cor 12, 31-13, 13; Lc 4, 21-30

Hace ocho días escuchamos en el evangelio la presentación que Jesús hizo de su misión, a partir de un pasaje del profeta Isaías, este que menciona el texto de hoy. Jesús anunció ante sus paisanos de Nazaret que el Espíritu Santo estaba en Él y lo había ungido para llevar la Buena Nueva a los pobres. En esto se resume la misión de Jesús: llevar la Buena Nueva a los pobres, ser la Buena Nueva para los pobres. A esto dedicaría el resto de su vida a partir de ese momento. Por eso dijo que ese mismo día se cumplía lo que escribió Isaías.

La misión que tenemos nosotros, personalmente y como Iglesia, es la misma de Jesús. Como Iglesia desde que envió a sus discípulos a ir por todo el mundo y anunciar la Buena Nueva a toda la creación; personalmente desde que recibimos el Bautismo y fuimos ungidos profetas, sacerdotes y reyes. Nosotros deberíamos decir lo mismo que Jesús, especialmente a partir del momento de la Confirmación: hoy se cumple esto, hoy iniciamos esta misión por nuestra propia responsabilidad; por eso recibimos la plenitud del Espíritu Santo.

Quienes estaban escuchando a Jesús, en un primer momento lo admiraron y lo aprobaron; pero luego comenzaron a murmurar, a poner en duda su persona y su palabra, preguntándose si aquel que hablaba tan bien no era el hijo de José, el carpintero; de José, el trabajador; de José, el pobre; de José, el esposo de María. Como que las palabras de Jesús perdían valor por ser hijo de un artesano. Así ha pasado con los profetas, tanto los de la antigüedad como los de todos los tiempos. Al principio son valorados, aceptados, admirados; pero cuando invitan al compromiso, a la entrega de la vida, cuando cuestionan las situaciones de injusticia, de falta de hermandad, de desigualdades sociales que provocan el empobrecimiento, inmediatamente vienen las reacciones de rechazo a la persona.

Quizá así nos ha pasado a nosotros mismos con hermanos y hermanas de la comunidad, del propio barrio, que comienzan a invitar a encontrarnos como comunidad, a vivir como hermanos, a atender a los enfermos y demás sufrientes, a organizarse para defender los derechos de las personas, de los trabajadores, de la naturaleza. Inmediatamente comenzamos a criticarlos, a rechazarlos porque son de tal o cual familia, porque no fueron a la escuela y no se saben expresar bien. De la admiración pasamos a la desautorización.

Con Jesús fueron todavía más allá. Hicieron que experimentara lo que han vivido los profetas: las calumnias, las amenazas, la condena a muerte, la muerte misma. En aquella ocasión terminaron sacándolo de la sinagoga y llevándoselo para matarlo. Y es que Jesús había tocado su soberbia, pues como judíos se sentían dueños de la salvación ofrecida por Yahvé a su pueblo y les echó en cara que es más fácil que los no judíos acepten el proyecto de salvación de Dios. Les dolió que les mencionara que Elías y Eliseo fueron enviados a dos personas de pueblos no judíos y, por tanto, catalogados paganos, como la viuda de Sarepta y el leproso de Siria. Ellos recibieron con docilidad el mensaje de los profetas, les hicieron caso y experimentaron la misericordia de Dios, ella al tener siempre que comer y Naamán al quedar totalmente limpio de la lepra. Aceptemos a Jesús y su misión al servicio del Reino.

30 de enero de 2022

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