Homilía para el 4° domingo de Adviento 2021

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Este domingo, la figura principal es María. Ella, más que nadie, se preparó para recibir al Mesías y vivió de cerca su Encarnación y Nacimiento, acontecimientos que estamos por celebrar el próximo sábado.

María, mujer de fe

Textos: Miq 5, 1-4; Hb 10, 5-10; Lc 1, 39-45

Este domingo, la figura principal es María. Ella, más que nadie, se preparó para recibir al Mesías y vivió de cerca su Encarnación y Nacimiento, acontecimientos que estamos por celebrar el próximo sábado. En ella se cumplió la promesa que Dios hizo a su pueblo de enviarle un Salvador, promesa que sostuvo de manera especial a través de los profetas.

En el texto del profeta Miqueas que se proclamó encontramos un testimonio de esta promesa sostenida por Dios. Dijo que abandonaría a su pueblo hasta que diera a luz la que tenía que dar a luz. Esta es María de Nazaret. Por medio de ella, el Mesías llegó al mundo: en ella se encarnó, de ella nació, con ella creció y se formó para salir a anunciar y hacer presente el Reino de Dios. Su Hijo es el Pastor que vendría a pastorear al pueblo de Dios; su Hijo es la paz para el mundo. Damos gracias a Dios este regalo para la humanidad.

María fue elegida y llamada por Dios para ser la mamá del Mesías y ella aceptó sin saber cómo le iba a ir. Aceptó sin pedirle pruebas de que esto podría realizarse. Isabel le reconoció a María su fe al llamarla dichosa porque había creído ciegamente en el anuncio de Dios.

Una persona de fe se pone totalmente a la disposición de Dios. Trata de descubrir la voluntad de Dios, la acepta y se acomoda a ella, aunque esto le traiga sinsabores y amarguras; no le pide con exigencia, sino con humildad; le cree a ciegas y cumple su voluntad. Así se ubicó María ante el Señor no sólo en la Anunciación, sino a lo largo de su vida. Cuánto nos enseña la Virgen para ser de verdad personas que creemos en Dios.

Una persona que cree en Dios no está a su propio servicio, sino al servicio del Evangelio. Cuando fue con Isabel para ayudarle, María llevaba en su corazón y en su vientre al Hijo de Dios. Él es el Evangelio, la Buena Nueva de salvación para la humanidad, la Buena Noticia para los pobres. Al llevarlo en su vientre hasta la casa de Isabel y Zacarías, les llevó el Evangelio, tanto con su presencia como con su servicio. De esta manera, María estaba siendo misionera. Cómo nos falta llenarnos de Jesús y llevarlo con nosotros para hacerlo llegar a la comunidad y a la sociedad. Cómo nos falta convertirnos en misioneros que, conscientes de la fe recibida en el Bautismo, lo anunciemos a los demás como María.

Una persona de fe, manifiesta que cree en Dios al vivir el servicio a quienes están en la necesidad. María, creyente en Dios, fue hasta las montañas de Judea para ayudar a Isabel durante los últimos tres meses de su embarazo y el nacimiento de su Hijo, a quien luego le pusieron el nombre de Juan. Si nosotros nos consideramos creyentes en Dios, lo menos que podemos hacer es ponernos a servir en donde hay necesidad, como la Virgen María.

Al igual que su Hijo, que vino al mundo para cumplir la voluntad de Dios, como expresa el autor de la Carta a los Hebreos, así también María vino para cumplir la voluntad del Señor. Se lo dijo en la Anunciación: “Yo soy la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que me has dicho”. Toda su vida se convirtió en una vida de creyente en el Padre: sirviendo a su Hijo y haciéndose después discípula suya hasta convertirse en testigo de su Resurrección. Por eso en la Eucaristía hacemos nuestra la felicitación de Isabel: “Dichosa tú, que has creído”.

19 de diciembre de 2021

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