Homilía para el 2º domingo de Adviento 2022

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El Señor nos está llamando a cambiar de vida. No seamos desiertos en los que se proclama su invitación y no tiene eco.

Voz en el desierto

Textos: Is 11, 1-10; Rm 15, 4-9; Mt 3, 1-12

A través de san Pablo, el Señor nos pide mantener la esperanza, y en las palabras de Juan Bautista nos llama a la conversión. La esperanza de una vida nueva y mejor, que necesita de la conversión personal, comunitaria y social, la describe muy bien el profeta Isaías, al anunciar la aparición de un retoño. Este retoño es Jesús, de quien celebraremos su nacimiento y esperamos su segunda venida.

Juan Bautista fe identificado como la voz que clama en el desierto. En el desierto no hay eco, lo que se dice se va con el viento. Juan llamaba a sus paisanos a la conversión y la razón era la cercanía del Reino de Dios, que llegaba con Jesús. Para prepararse a recibirlo, el camino indicado era el cambio de vida, un cambio radical, o sea, de raíz. Este cambio no consiste en buenos deseos que quedan en el “me voy a portar bien”, sino que tiene que mostrarse con hechos personales y comunitarios y llegar a todas las instituciones y a todas las estructuras. El Papa Francisco continuamente ha estado insistiendo en que se ocupa la conversión personal, pastoral, eclesial, social y ecológica.

Esa voz del Bautista se sigue proclamando en el desierto. No tiene eco, a pesar de ser pronunciada muchas veces y en muchos espacios. ¿Cuántas veces a nosotros mismos nos han dicho que nos portemos bien, que ya cambiemos de vida, que le hagamos caso a la Palabra de Dios, que vivamos como hermanos, que perdonemos, que no hagamos transas? ¿Cuántas veces se ha comentado que se ocupa otro estilo de sociedad, basada en la hermandad, la justicia, la solidaridad? ¿Cuántas veces se ha pedido asumir otro estilo de vida en la relación con la Casa común, para cuidarla, protegerla, defenderla y vivir en armonía con toda la Creación? ¿No están siendo voces en el desierto?

Dios anunció a su pueblo una vida nueva: le ofrece hacer justicia al desamparado, sentenciar y defender al pobre con equidad, librar al débil del poderoso, ayudar al desamparado, apiadarse del desvalido y pobre, salvar la vida al desdichado, hacer reinar la paz. Eso mismo nos está diciendo en este tiempo de Adviento ante las situaciones de injusticia en contra de los pobres, de violencia en contra de los frágiles y vulnerables, de maltrato hacia la naturaleza. Dios espera de nosotros la igualdad, la armonía, la comunión, la hermandad. Lo expresa en su sueño transmitido por medio de Isaías al hablar de la convivencia armoniosa entre animales depredadores y animales mansos.

Esa vida nueva no cae del cielo automáticamente, sino que se necesita nuestra colaboración con el Señor. Juan Bautista pide la conversión para dar frutos buenos; san Pablo pide a Dios que los miembros de su pueblo vivamos en armonía unos con otros. Necesitamos ponernos en proceso de conversión para hacer de nuestras comunidades y de la sociedad un espacio de convivencia, armonía, solidaridad, justicia, paz. La esperanza de la vida nueva nos debe impulsar a sembrar pequeñas semillas de hermandad, para que la vida de Jesús, el retoño del tronco de Jesé, comience nuevamente a brotar entre nosotros. Hacer esto nos ayuda en la preparación para recibir al Señor.

El Señor nos está llamando a cambiar de vida. No seamos desiertos en los que se proclama su invitación y no tiene eco. Entre los contemporáneos de Juan Bautista había muchas personas que hicieron caso a su predicación y, después de reconocer sus pecados y hacerse bautizar, se dispusieron para recibir al Mesías y, con Él, al Reino de Dios. Otros aparentaban estar en esa disposición y fueron denunciados por Juan. Asumamos la conversión como estilo de vida, enderecemos nuestros caminos, actitudes, acciones, para encauzarlos hacia la vida del Reino. Que esta Eucaristía nos siga alimentando la esperanza de una vida nueva y que esa esperanza la expresemos con una vida en la hermandad, la armonía, la justicia, la comunión. Preparémonos a recibir al Señor en la Comunión.

4 de diciembre de 2022

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