Homilía para el 5º domingo ordinario 2020

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Ser luz y sal
Hace ocho días celebramos la fiesta de la presentación del Señor, por ser dos de febrero. Allí proclamamos a Jesús, junto con el anciano Simeón, como la luz de las naciones. Hoy se nos revela como la luz del mundo y pide que lo sigamos, para tener su luz, como se dijo en el versículo con que nos preparamos a la escucha del Evangelio. Él ha querido compartirnos esta dimensión de su misión, al decirnos que sus discípulos y discípulas somos la luz del mundo y la sal de la tierra.

Ser luz y sal

Textos: Is 58, 7-10; 1 Cor 2, 1-5; Mt 5, 13-16

Hace ocho días celebramos la fiesta de la presentación del Señor, por ser dos de febrero. Allí proclamamos a Jesús, junto con el anciano Simeón, como la luz de las naciones. Hoy se nos revela como la luz del mundo y pide que lo sigamos, para tener su luz, como se dijo en el versículo con que nos preparamos a la escucha del Evangelio. Él ha querido compartirnos esta dimensión de su misión, al decirnos que sus discípulos y discípulas somos la luz del mundo y la sal de la tierra.

Al decir que somos luz y sal, Jesús está expresando que espera que seamos servidores y que nuestro servicio sea callado, pero constante, para transformar la vida del mundo.

La luz ilumina, quita lo oscuridad y ayuda a ver. La luz no la vemos, pero sí vemos lo que ella nos ilumina. Eso fue Jesús y eso quiere que seamos nosotros en medio del mundo, oscurecido por las injusticias, desigualdades sociales, violencia, pleitos, tranzas, destrucción del medio ambiente.

Isaías y el salmista nos señalan varias maneras en las que los miembros del pueblo de Dios, personal y comunitariamente, podemos y debemos ser luz para los demás. Quien es justo, clemente y compasivo, brilla como luz en las tinieblas; es luz quien comparte su pan con el hambriento, quien abre su casa al que no tiene techo, quien no da la espalda al hermano, sobre todo cuando está en necesidad; quien sacia la necesidad del humillado. Es luz la persona que renuncia a oprimir a los demás, que quita de su vida los gestos y actitudes amenazantes, que destierra de su vida las palabras ofensivas, que se solidariza con el pobre y siempre obra de acuerdo a la justicia.

Quien vive de esta manera, va a contracorriente en relación al modo en que ordinariamente se vive. Generalmente se pasa de frente ante la pobreza, el sufrimiento y el dolor; poco o nada se comparte lo que se tiene, se cierran el corazón y la casa a los migrantes, se voltea la cara a las situaciones de sufrimiento para no verlas y no asumir un compromiso, se busca sacar provecho de los demás, se amenaza, se agrede, se ofende. Las personas que son luz para su comunidad, parecen extrañas; lo que debería ser lo ordinario en la vida como bautizados, se ve como extraordinario.

Y Jesús espera que esto no sea sólo de manera personal, sino también como comunidad de discípulos y discípulas. Como Iglesia en los barrios y como parroquia, de manera comunitaria, también tenemos que ser luz por el servicio, la atención a los enfermos, la compasión y solidaridad hacia los pobres, el perdón, la justicia, el cuidado de la naturaleza. ¿Cómo andamos en esto?

Jesús dijo que también somos sal de la tierra. La sal da sabor a la comida, conserva los alimentos, evita que se echen a perder las pieles, cauteriza las heridas. Esto debemos hacer. En los alimentos no se ve la sal, se pierde, pero se siente su sabor, se nota su acción. Al decir Jesús que somos sal en el mundo, nos está pidiendo que le demos sabor de justicia, comunidad, hermandad, armonía, sobre todo teniendo en cuenta que hay muchas situaciones de injusticia, individualismo, luchas por el poder, ambición por el dinero, búsqueda de la vida fácil. Ahí tenemos que entrar los bautizados y transformar la vida, dar un buen sabor a la sociedad, cauterizar heridas, conservar la armonía.

Pidamos a Dios que sigamos con fidelidad a su Hijo para tener la luz de la vida. Que esta luz, que Jesús nos quiso compartir para que la proyectemos en el mundo, no se nos apague. Que nos esforcemos personalmente y como comunidad para darle un buen sabor de hermandad a nuestro mundo. Dispongámonos a recibir sacramentalmente a Jesús en la Comunión para que, con la fuerza que este Alimento da, nos mantengamos siendo luz y sal en nuestra comunidad.

9 de febrero de 2020

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