Homilía para el 3er domingo de Cuaresma 2013

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No ocupar la tierra inútilmente

Textos: Ex 3, 1-8. 13-15; 1 Cor 10, 1-6. 10-12; Lc 13, 1-9.

Nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía en el Día del Señor. En este tercer domingo de Cuaresma la Palabra de Dios, que nos prepara a la Comunión, nos invita a dar frutos. Para esto es necesaria la conversión, según las palabras de Jesús. Él narra la parábola de la higuera que no da frutos. Todos sabemos que un árbol frutal no tiene que ocupar la tierra inútilmente, sino que debe dar su fruta para poder saborearla. De otro modo, lo que se hace es cortarlo.

No ocupar la tierra inútilmente

Textos: Ex 3, 1-8. 13-15; 1 Cor 10, 1-6. 10-12; Lc 13, 1-9.

Nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía en el Día del Señor. En este tercer domingo de Cuaresma la Palabra de Dios, que nos prepara a la Comunión, nos invita a dar frutos. Para esto es necesaria la conversión, según las palabras de Jesús. Él narra la parábola de la higuera que no da frutos. Todos sabemos que un árbol frutal no tiene que ocupar la tierra inútilmente, sino que debe dar su fruta para poder saborearla. De otro modo, lo que se hace es cortarlo.

En la parábola de Jesús, la higuera representa al pueblo de Israel, a las personas que estaban escuchando a Jesús en esa ocasión y a sus discípulos; el dueño del viñedo y, por tanto de aquel árbol, es Dios; el viñador es Jesús. Dios espera frutos y los busca año tras año, la higuera no los da y Jesús pide tiempo para cultivarla con la esperanza de que produzca fruto. La Cuaresma es tiempo propicio para revisar nuestra vida y dejarnos cultivar por Jesús.

Dios siempre le ha ofrecido a su pueblo sacarlo de la esclavitud para tenerlo en una tierra buena y espaciosa, una tierra de vida abundante, como escuchamos en la primera lectura. Ahí en esa tierra su pueblo tiene que dar frutos de hermandad, justicia, solidaridad con el pobre y, de esta manera, mostrarse ante todos los pueblos de la tierra como el pueblo de Dios. El antiguo pueblo, Israel, no dio siempre esos frutos, a pesar de que Dios los buscaba continuamente.

Eso lo sabía Jesús y por eso, cuando le contaron lo de la matanza de galileos ordenada por Pilato que no tenía entrañas, hizo una reflexión y una advertencia para quienes le platicaron, reflexión y advertencia que también valen para nosotros hoy. Primero hace caer en la cuenta de la condición pecadora de todas las personas, condición de la que nadie se libra; luego advierte que quien no entre en proceso de conversión, perecerá de un modo semejante.

Hoy estamos invitados a revisar nuestra vida, pues somos pecadores. Pongámonos en el lugar de la higuera. Dios espera de nosotros frutos de vida comunitaria, atención a los enfermos, solidaridad con los pobres, buscar la vida digna, cuidado de la Creación; todo esto como consecuencia de que el Evangelio se anuncia en la comunidad. Dios espera que cada uno sea un servidor de todos, que sepa perdonar a los enemigos, que trabaje en la búsqueda del bien común.

Si nos fijamos bien, esto está lejos de lo que se anhela en la vida, de lo que se cultiva en las familias, de los principios que guían la sociedad. Se busca el bienestar personal, vivir con todas las comodidades, comprar lo que esté a la moda, no tener compromisos ni en la misión ni en la vida de la sociedad, por señalar algunas situaciones. Vivir guiados por estos principios e ideales, al final de cuentas nos llevan a ser como árboles que ocupan la tierra inútilmente.

Ante esta realidad, Jesús pide a su Padre otro tiempo para seguirnos cultivando, con la esperanza de que todos sus discípulos lleguemos a fructificar. Jesús quiere remover nuestra conciencia, abonar nuestro corazón con su Palabra, ofrecernos nuevamente su propuesta del Reino. En los temas cuaresmales se nos da la oportunidad de aflojar nuestro corazón y dejarnos empapar de la vida que Jesús nos ofrece. No desaprovechemos la ocasión para convertirnos.

Hoy nos encontraremos sacramentalmente con Jesús, que nos alimenta con su Cuerpo y su Sangre. El Viñador –Jesús– se convierte en abono para la higuera. Recibámoslo con gusto y con el compromiso de tomar en serio su advertencia en relación a la conversión. Llevándolo como savia que corre por nuestro interior, dejemos que aparezcan los frutos de hermandad, amor, perdón y justicia que Dios espera recoger de nosotros. No ocupemos la tierra inútilmente.

3 de marzo de 2013

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