Homilía para el 31er domingo ordinario 2018

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Escuchar a Dios para amar

Un escriba, un especialista en la ley, le preguntó a Jesús sobre el primero de todos los mandamientos. Era una pregunta innecesaria, pues él se los sabía de memoria al revés y al derecho. La respuesta de Jesús y la conclusión de aquel escriba, nos ayudan a revisar por dónde anda nuestra vida y a prepararnos para recibir a Jesús de manera sacramental en la Comunión.

Escuchar a Dios para amar

Textos: Dt 6, 2-6; Hb 7, 23-28; Mc 12, 28-34

Un escriba, un especialista en la ley, le preguntó a Jesús sobre el primero de todos los mandamientos. Era una pregunta innecesaria, pues él se los sabía de memoria al revés y al derecho. La respuesta de Jesús y la conclusión de aquel escriba, nos ayudan a revisar por dónde anda nuestra vida y a prepararnos para recibir a Jesús de manera sacramental en la Comunión.

Jesús puso el acento en la escucha de Dios, que se convierte luego en amor. El primero y más importante de los mandamientos es escuchar al Señor. Escuchar es dejarlo que hable, comprender su mensaje, hacerle caso, aceptar lo que pide, cambiar lo que no está bien en la propia vida, decidirse a vivir de acuerdo a lo que pide. Dios no es una voz más o un ruido entre muchos otros de los que tenemos a nuestro alrededor; es a quien tenemos que hacerle caso siempre. ¿Qué lugar tiene Dios en nuestra vida, qué tanto le dedicamos, qué tanto caso le hacemos a lo que nos dice?

Dios nos habla a través de la realidad de todos los días. Esta es su primera palabra y tenemos que estar atentos para descubrirla: nos hace ver las desigualdades, las injusticias, las faltas de hermandad, que desdicen su proyecto de vida para la humanidad, y nos pide comprometernos para vivir en la igualdad, la justicia, la hermandad, la armonía. Nos habla a través de su Palabra escrita en la Biblia, por lo que tenemos que leerla continuamente de manera personal, como familia, como comunidad en el barrio. Pero nos habla principalmente a través de su Hijo Jesús. Él nos comunica todo lo que su Padre nos quiere decir. Y se necesita estar siempre atentos para hacerle caso.

Lo que Dios espera de su pueblo es que lo ame a Él y que viva el amor al prójimo. Y dice de qué manera ha de ser ese amor: a Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todas las fuerzas, o sea, que toda la vida y la persona son para Dios; al prójimo, como a uno mismo. La vivencia del amor es el signo claro de que se escucha a Dios. Quien no ama, no lo escucha, porque no le hace caso; tiene otros intereses, otros proyectos, ve sólo por sí mismo, se desentiende de los demás, pasa indiferente ante el dolor de los pobres, no le interesa la Casa común.

Después de escuchar a Jesús y reflexionar sobre la respuesta que le dio, sintetizada en que no hay mandamiento mayor que amar a Dios y al prójimo, el escriba llegó a la conclusión de que vivir este mandamiento “con todo” –como se dice–, vale más que cualquier otro sacrificio que se le ofrezca al Señor. Solamente le faltaba ponerlo en práctica, o sea amar a Dios y a su prójimo; por eso Jesús le dijo que no estaba lejos del Reino de Dios. Si hacemos nuestro eso que Jesús le dijo, podemos descubrir que tenemos a la mano el Reino, pues sabemos que hay que amar a Dios sobre todas las cosas y a los demás como a nosotros mismos. Lo sabemos, pero nos falta ponerlo en práctica. Amar nos lleva al Reino, porque cuando se ama se viven la justicia, la solidaridad, la hermandad, la armonía con la naturaleza. Y vivir así equivale a estar en el Reino de Dios.

Pidamos a Dios la luz de su Espíritu para que nos ayude a estar atentos a su Palabra, a escucharla y hacerle caso, a traducirla a la vida en el amor, a comprometernos en la construcción de su Reino. Que la Comunión sacramental que vamos a recibir en esta celebración dominical nos fortalezca para amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, igual que Jesús. Que esto lo vivamos y lo enseñemos a los niños y niñas, tanto en las familias como en los barrios y ranchos, como el Señor pedía a los israelitas, con la confianza de que esto les daría una vida larga y feliz.

4 de noviembre de 2018

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