Homilía para el 24º domingo ordinario 2105

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Pregunta e invitación

Ord24 B 15

Al hacerse presente entre nosotros, en este domingo Jesús nos hace una pregunta y una invitación. Son las mismas que hizo a sus discípulos por el camino y que acabamos de escuchar en el texto del Evangelio. Pensar en nuestra respuesta nos ayuda a prepararnos para recibir a Jesús en la Comunión. La pregunta es sobre lo que decimos de Él y la invitación es a seguirlo en su camino hasta la cruz. Esto está ligado a nuestra vida cristiana. ¿Qué y cómo le respondemos?

Pregunta e invitación

Textos: Is 50, 5-9; St 2, 14-18; Mc 8, 27-35.

Ord24 B 15

Al hacerse presente entre nosotros, en este domingo Jesús nos hace una pregunta y una invitación. Son las mismas que hizo a sus discípulos por el camino y que acabamos de escuchar en el texto del Evangelio. Pensar en nuestra respuesta nos ayuda a prepararnos para recibir a Jesús en la Comunión. La pregunta es sobre lo que decimos de Él y la invitación es a seguirlo en su camino hasta la cruz. Esto está ligado a nuestra vida cristiana. ¿Qué y cómo le respondemos?

La respuesta a Jesús es con toda la vida, no sólo con los labios. Si así fuera, estaría muy fácil, como les pasó a sus discípulos y especialmente a Pedro. Primero, a la pregunta sobre la que gente decía de Él, le contestaron que lo identificaban con un profeta; incluso nombraron a algunos, como Juan Bautista y Elías. Para ellos y para la gente, era fácil decir que era un profeta; pero aceptarlo y andar con Él en esta condición no era tan sencillo, como expresó Isaías.

En la primera lectura, Isaías describe las consecuencias de ser profeta: escuchar y transmitir con fidelidad la Palabra de Dios le trajo golpes, insultos, salivazos. En esa situación –y esto es propio de los profetas–, vivió totalmente confiado a la asistencia de Dios, a pesar de las acusaciones, persecuciones, golpes, cárceles, condena a muerte… Esto mismo les ha pasado y les sigue sucediendo a los profetas, sean de la religión que sean y vivan donde vivan.

Después, cuando les preguntó a sus discípulos quién era para ellos, Pedro contestó que el Mesías. También fue fácil decir esta respuesta de palabra; pero, cuando se trató de pasar a los hechos, entonces sí Pedro ya no quería, como nos sucede generalmente a nosotros. La razón está en que no coincidió su forma de entender al Mesías con la propuesta de Jesús. Pedro pensaba en un Mesías con mucho poder, con ejércitos, con esclavos a su servicio. Y no era por allí.

Jesús, al describirse como Mesías, les dijo sin darle vueltas que iba a padecer, ser rechazado, entregado a la muerte y resucitar. Algo semejante a lo descrito por Isaías. Y como esto no coincidía con el modo en que Pedro comprendía al Mesías, se lo llevó aparte para convencerlo de que ese no era ni su camino ni su modo de vivir ni su destino. Era fácil y cómodo decir que Jesús era el Mesías, pero se hizo complicado y comprometedor aceptarlo como Mesías sufriente.

A Pedro no le tocaba decirle a Jesús qué tenía que hacer y cómo debía vivir; a él le correspondía únicamente seguirlo en su camino. Jesús es quien marca el camino y el estilo de vida. Por eso le dijo Satanás, porque se puso de obstáculo en su camino, lo quería apartar su destino, le quería proponer una vida sin complicaciones. Jesús estaba consciente de que debía entregarse y dar su vida de acuerdo al proyecto de Dios; y se manifestó fiel y obediente a su Padre.

Por si quedaba duda, Jesús lanzó una invitación abierta a quien quisiera seguirlo. Pidió renunciar a sí mismos, a los propios proyectos y comodidades, para poder ir por donde Él iba y vivir como él vivía; pidió cargar la propia cruz, así como Él la iba a llevar sobre sus hombros, y la cruz de los demás; y pidió seguirlo, no indicarle el camino. La respuesta del discípulo no debe ser de palabra sino con los hechos, como nos recuerda Santiago: la fe se muestra con hechos.

¿No será que estamos haciendo una vida cristiana cómoda, de acuerdo a nuestros propios proyectos e intereses, como le pasó a Pedro? ¿Hemos renunciado a nosotros mismos y estamos cargando nuestra cruz? ¿No será que de palabra decimos creer en Jesús y con los hechos no cargamos la cruz de los pobres ni damos nuestra vida por los demás? Al renovar nuestra fe en Jesús y recibir su Cuerpo y Sangre, pensemos nuestra respuesta a su pregunta y su invitación.

13 de septiembre de 2015

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