Homilía del domingo 15 de enero de 2012

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Vocación

Textos: 1 Sam 3, 3-10. 19; 1 Cor 6, 13-15. 17-20; Jn 1, 35-42.

Los textos de la Palabra de Dios que hemos escuchado nos recuerdan y dan luz sobre nuestra vocación. Así como Samuel fue llamado por Dios a ser profeta, así nosotros fuimos llamados a seguir a Jesús. Esta es nuestra vocación. Juan el Bautista ayuda a dos de sus discípulos a descubrir a Jesús y los impulsa a seguirlo. Les presenta a Jesús como el Cordero de Dios. A partir de aquí ellos ya no tienen que ser discípulos de Juan sino de Jesús. Y comienzan a seguirlo.

Vocación

Textos: 1 Sam 3, 3-10. 19; 1 Cor 6, 13-15. 17-20; Jn 1, 35-42.

Los textos de la Palabra de Dios que hemos escuchado nos recuerdan y dan luz sobre nuestra vocación. Así como Samuel fue llamado por Dios a ser profeta, así nosotros fuimos llamados a seguir a Jesús. Esta es nuestra vocación. Juan el Bautista ayuda a dos de sus discípulos a descubrir a Jesús y los impulsa a seguirlo. Les presenta a Jesús como el Cordero de Dios. A partir de aquí ellos ya no tienen que ser discípulos de Juan sino de Jesús. Y comienzan a seguirlo.

Las palabras con que Juan habla de Jesús a sus discípulos son las mismas que se proclaman en la Eucaristía, momentos antes de la Comunión: “Este es el Cordero de Dios”. Son palabras dichas en relación al pedazo de Pan en que Jesús se ha quedado como alimento y que inmediatamente después saboreamos. Por eso se nos dice también: “dichosos los invitados a la cena del Señor”. Pero no es una fórmula cualquiera, sino un recordatorio de nuestra vocación cristiana.

Juan no les dijo más a sus discípulos; solamente que el que pasaba era el Cordero de Dios. Con eso bastó para que se fueran tras Él. Ahí nació su vocación; Juan les ayudó a descubrirla puesto que él no era el importante, no era aquel a quien ellos tenían que seguir. Solo le preparó el camino a Jesús y dispuso a sus propios discípulos para que lo siguieran. Juan sirvió de instrumento. De este modo inició la experiencia de Andrés y su amigo en el seguimiento de Jesús.

Enseguida vino lo interesante: el encuentro personal de los dos con Jesús. Este encuentro comenzó con el diálogo. En toda vocación hay un diálogo. Samuel fue llamado por Dios cuatro veces; a los dos discípulos Jesús les preguntó: “¿qué buscan?”. Cuando le dijeron que querían saber dónde vivía, les hizo la invitación: “Vengan a ver”. Dos cosas centrales en la vocación cristiana: una, ir, encaminarse, dejarse conducir por Jesús; la otra, ver, conocer, dejarse iluminar.

Esto nos tiene que decir mucho respecto a nuestra propia vocación. Fuimos llamados a seguir a Jesús; esto sucedió en el Bautismo. Se nos llamó por nuestro nombre, como a Samuel. Pero ese fue el inicio. ¿Cuántas veces más, a lo largo de nuestra vida, hemos escuchado nuevamente la invitación a seguir a Jesús? Hoy domingo se nos recuerda una vez más que tenemos que buscar a Jesús, encontrarnos con Él, conocerlo, dejarnos iluminar, reorientar nuestra vida.

Ahora, estos encuentros –porque no basta con un solo, sino que los tenemos que vivir continuamente– son para convertirnos luego en misioneros. Si fuimos llamados a seguir a Jesús fue para recibir una misión. Esta misión consiste en dar testimonio, personal y comunitariamente, de Jesús, tal como hicieron Andrés y Juan. Después de su primer encuentro, que duró toda la tarde, fueron a compartir con sus hermanos y amigos lo que vieron y vivieron con Jesús.

Su testimonio sirvió para que también Simón y otros amigos suyos fueran a buscar a Jesús, a quien identificaron como el Mesías. Lo que provocó Juan el Bautista con sus discípulos, ahora sus exdiscípulos lo provocan con otras personas: hablar de Jesús para despertar el interés por Él. Este es el servicio de los misioneros, esta es nuestra tarea como cristianos. Al realizarla, nuestra vocación se hace completa: se sigue a Jesús y nos hacemos sus misioneros.

Al escuchar en la Misa la expresión: “Éste es el Cordero de Dios”, nos tenemos que acordar de nuestra vocación. A Jesús, el que murió en la cruz y resucitó, es al que tenemos que seguir a lo largo de nuestra vida; de Jesús es de quien tenemos que hablar a los demás, ya sean los hijos, los vecinos o compañeros de trabajo, para que también se encuentren con Él y lo sigan. Dispongámonos a vivir el encuentro sacramental con el Cordero de Dios y a ser sus testigos.

15 de enero de 2012

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